Pensamiento crítico

¿Por qué a pesar de que tenemos todos los conocimientos científicos para hacer que la gente tenga todo lo necesario para vivir sigue creciendo la desigualdad? ¿Qué modelo económico nos ha conducido hasta aquí? ¿Hay alternativas? ¿Hacia qué direcciones apuntan?

En esta parte del blog, invitamos a hacernos llegar vuestras reflexiones sobre estos problemas, aunando tanto la perspectiva crítica como la constructiva.

EL DISCURSO SOCIAL Y EL PENSAMIENTO SOCIAL

Autor: David Pujante (Universidad de Valladolid)

Se suele decir que «el pensamiento social avanza» cuando nos encontramos con nuevos discursos de igualdad de la mujer, de la inclusión del colectivo LGTBIQ+, de sensibilidad con el ecosistema y preocupación por el calentamiento global; y se suele decir sin tener en cuenta un matiz importante en el que me gustaría incidir. Creo conveniente hacer una distinción entre pensamiento social y discurso social. Muchas veces se impone socialmente un discurso que sin embargo no se corresponde plenamente con el pensamiento social de esa misma sociedad. El pensamiento social, el que dicta los comportamientos ciudadanos, va siempre a remolque del discurso de avanzadilla. Podríamos decir que el discurso social, cuando es hijo del avance social, es hijo de la cabeza; mientras que el pensamiento social, muchas veces retardatario, anclado en morales viejas y creencias obsoletas, lo es del corazón. Porque en el corazón de los humanos anidan creencias, viejas rencillas, problemáticas no resueltas, que son la rémora que impide la luminosidad de los discursos de futuro, que muchas veces los hacen inservibles, los hacen fracasar.

Por tanto, el discurso social de avance, el que se impone en un tiempo y en un espacio determinado, y que nace del consenso de las fuerzas vivas de la sociedad; el que surge de un intento por hacer avanzar las sociedades y a los seres humanos; ese discurso que hacen y proponen las mentes más clara y con mayor visión de futuro; aunque convenza a la sociedad, sin embargo, se encuentra muy a menudo con el lastre del pensamiento social pretérito, todavía vigoroso en el interior de los individuos de la sociedad. Se crea así una lucha interna en el individuo, que se desparrama por toda la sociedad. Es por eso que se hace necesario un plan fuerte de enseñanza, que haga a los ciudadanos de esa sociedad estar a la altura de los discursos nuevos. El discurso que nos convence debe encarnarse, en un proceso de autoconvencimiento. Debemos llegar más lejos de lo que es la aceptación con la cabeza, hay que aceptarlo con el corazón, con las vísceras; tiene que ser carne de nuestra carne, tatuárnoslo en la frente como decálogo del vivir diario.

Pongamos el ejemplo del discurso feminista, que ha propiciado leyes de igualdad, de protección de la mujer y que nos obliga tanto al lenguaje inclusivo. Si escuchamos la televisión y a las ministras del actual gobierno de Sánchez; si atendemos a la intelectualidad, a las instituciones culturales; si vemos cómo se impone la paridad en los gobiernos, en las instituciones, en las comisiones de los tribunales universitarios de oposición o de contratación; si hoy todos decimos catedrática y médica, y amigos barra as; parece que, por fin, en este particular, nuestra sociedad está en un grado de avance. Sin embargo, se muestra un espejismo cuando vemos a diario, por los hechos que acontecen, que el pensamiento social no responde a ese discurso instalado en la sociedad (por imperativo legal, por los políticos en el poder, etc.) pero de manera superficial, sólo de boquilla, sin el calado real que hace que un discurso se asuma, se entrañe, se viva; que es la verdadera razón del discurso retórico con carácter persuasivo, el discurso que una sociedad acuerda como el que manifiesta su manera de entender el mundo, que manifiesta las bases del contrato de convivencia con los demás miembros sociales.

Si hablamos con casi la totalidad de los españoles, estarán de acuerdo en aceptar la igualdad entre mujeres y hombres, pero ¿cuántos hombres actúan en su casa así, compartiendo tareas domésticas por igual? Se habla de conciliar con el trabajo, pero esa conciliación siempre suele referirse a las mujeres trabajadoras.

Las víctimas mortales a causa de la violencia de género en España en lo que va de año hasta agosto de 2024 ascienden a 29, según el último balance de la Delegación del Gobierno contra la Violencia de Género. Este es el balance del pensamiento social y no del discurso social, que, como bien sabemos, es otro. Ese pensamiento social todavía se alimenta en sus cloacas de aquellos cuplés que decían: «Es mi hombre, si me pega me da igual es natural, / que me tenga siempre así, / porque así le quiero.» ¿Quién de mi edad no ha oído a alguna mujer, a alguna abuela, decir de su marido que era un santo porque jamás le había puesto la mano encima? Sin duda los que no llegaban a santos, sobre ser más en número, se deduce que habían atizado alguna que otra vez a sus mujeres.

Tenemos unas leyes que garantizan la igualdad en cuanto al matrimonio homosexual. Sin embargo, ¿cuántos profesores o profesoras universitarios gais, cuántos magistrados, cuantos deportistas (sobre todo de fútbol) se han casado, o lo dicen con la normalidad que ampara la ley? Hasta hace poco (e incluso ahora, según en qué medio se muevan los atañidos), manifestar una elección sexual por tu propio sexo había que declararlo dosificada y oportunamente si querías alcanzar ciertos cargos, en la empresa, en la universidad, quizás menos en la política (en este caso podría dar votos).

Todos son ejemplos de una evidente falta de sincronización entre el discurso social y el pensamiento social, como en las películas en las que la imagen va por un lado y la voz por otro. Hacer ingenuamente un binomio de igualdad es un error grave.

Históricamente tenemos el caso de los avances sociales de la Segunda República en España. El voto de las mujeres, el divorcio, una serie de avances sociales y políticos nos convirtieron en la vanguardia social de Europa, en apariencia, sólo en apariencia, porque la realidad social española mostró que todavía éramos un pueblo incivil, ignorante, de comportamiento troglodita.

Mientras no seamos conscientes de que el discurso social tiene que coincidir con el pensamiento social, asumido y respetado (como acuerdo social que es) por todos los miembros de la sociedad, nos encontraremos en el conflicto.

Hay un precioso ejemplo de discursos enfrentados, en el tradicional terreno de la superioridad del varón con respecto a la hembra, que aparece en La gitanilla de Cervantes. ¡Una novela de principios del siglo XVII! Recordemos que un joven de buena posición social se enamora de la gitana Preciosa y decide vivir entre los gitanos y acatar sus normas de vida. En un momento determinado, un gitano viejo le hace relación del modo de vida y de las costumbres y leyes de la gitanería, y comenta así las relaciones maritales:

«Entre nosotros, aunque hay muchos incestos, no hay ningún adulterio; y, cuando le hay en la mujer propia, o alguna bellaquería en la amiga, no vamos a la justicia a pedir castigo: nosotros somos los jueces y los verdugos de nuestras esposas o amigas; con la misma facilidad las matamos, y las enterramos por las montañas y desiertos, como si fueran animales nocivos; no hay pariente que las vengue, ni padres que nos pidan su muerte. Con este temor y miedo ellas procuran ser castas, y nosotros, como ya he dicho, vivimos seguros.»

Pero después, a este discurso del proceder propio de la sociedad gitana, curiosamente Preciosa contesta con este otro:

«yo no me rijo por la bárbara e insolente licencia que estos mis parientes se han tomado de dejar las mujeres, o castigarlas, cuando se les antoja; y, como yo no pienso hacer cosa que llame al castigo, no quiero tomar compañía que por su gusto me deseche.»

Para Preciosa el discurso social de la sociedad gitana, que coincide con el pensamiento social de los gitanos, no es válido. Su discurso, es decir, la manifestación de su manera de ver el mundo, no coincide con ese pensamiento generalizado, sino con un comportamiento que muestra a la mujer libre y no sometida a leyes varoniles, a yugos de desigualdad de género. Así suele concebir Cervantes a sus personajes, libres frente a leyes coercitivas.

Es, por tanto, importante matizar que ciertos discursos socialmente imperantes (en leyes y medios de comunicación) no coinciden con el pensamiento de grupos o individuos de esa sociedad. Grupos que en ocasiones son muy grandes. Son discursos de consensos realizados en falso, si el grupo social que piensa de otra manera es grande y no lo respalda con su compromiso y sus actos.

Estos desequilibrios entre discurso imperante y pensamiento subyacente son la base de conflictos sociales que se enconan y que sólo pueden sorprender a los incautos que confunden leyes avanzadas en una sociedad con sus comportamientos sociales. La creación discursiva de una manera nueva, mejor, más avanzada, más civilizada de entender el mundo tiene que consonar con la enseñanza de los principios ciudadanos que propugnan esos discursos. Mientras no tengamos un pensamiento social a la altura de sus discursos sociales no tendremos resuelto el problema que se manifiesta a diario en las calles y en las casas de tantos ciudadanos y que nos participan a la hora de comer o cenar, para nuestra indigestión, los telediarios o cualquier otro medio de comunicación.

David Pujante es también autor de otro libro más reciente, publicado por Ariel, 2024.

La era de la información digital masiva

Una característica del capitalismo presente que destacan pensadores diversos es la de considerar a las personas como consumidores de los que es necesario obtener datos de su perfil o perfiles a través de su comunicación en las redes sociales. El móvil, como principal prototipo de este “régimen de la información”, como indica el filósofo Han (en su libro Infocracia, 2021, traducido en Taurus), deviene el principal instrumento de la vigilancia que se ejerce a los individuos, pero se realiza con total libertad. Con el smartphone nos hacemos transparentes y aportamos datos que luego recogen los algoritmos de las grandes empresas de datos para sus fines comerciales.

Es una dominación, como las anteriores, pero en esta última los individuos se sienten libres, a pesar de que se agrupan en comunidades en los que los líderes son los influencers que han interiorizado estas técnicas neoliberales de recogida de datos. Destacan, prosigue Han, los influencers de viajes, de belleza, de fitness que invocan sin cesar la libertad, la creatividad y la autenticidad. Y nos proponen a ellos mismos como modelos a seguir, y con ello el consumo de determinados productos, al mismo tiempo que conseguimos una identidad determinada con ese estilo de consumo.

Lo decisivo de este capitalismo es la posesión de la información que aportan los usuarios de las redes con el fin de elaborar continuamente perfiles de comportamiento. Con ellos, intentan luego influir en ellos de forma inconsciente, por medio de la publicidad fragmentada según los tipos de perfiles que realizan los algoritmos.

Otro aspecto que destacan Han de los medios digitales es que son rizomáticos, es decir no tienen un centro de difusión. La esfera pública se desintegra en espacios privados centrados en objetivos concretos. La atención ahora no se centra en temas comunes compartidos por resto de la sociedad, sino en informaciones puntuales que pasan continuamente, de forma acelerada y fragmentada. No son relatos de hechos que crean continuidad temporal, sino secuencias de información que pueden reflejar comportamiento inteligente para resolver cuestiones puntuales a corto plazo, pero no producen comportamiento racional.

En la comunicación digital predomina por ello la comunicación afectiva, basada en las emociones. En ella no prevalecen los mejores argumentos, sino la información “con mayor potencial de excitación” (Han, p. 35), como los fake news. Un ejemplo de ello ha sido el expresidente Trump. Actúa como un algoritmo completamente oportunista, guiado solo por las reacciones del público. No le preocupa ofrecer una buena imagen como político, porque está dirigiendo una implacable guerra de información.

A este tipo de comportamiento, Han lo denomina infocracia. La verdad y la veracidad ya no importan. Con ello, la democracia se hunde en una jungla impenetrable de información (p. 41).

La atomización de la información nos hace prescindir de la voz del otro y con ello surge la pérdida de la empatía. Los individuos se aferran desesperadamente a sus opiniones porque de lo contrario ven amenazada su identidad. Esto complica la comunicación orientada al conocimiento porque la red resulta “tribalizada” en grupos incomunicados y con identidad propia. En ellos se extienden también las teorías de la conspiración, con la difusión de información que no se corresponde con los hechos, porque abandonar las convicciones propias implica la pérdida de la identidad, algo que debe evitarse a toda costa: “Fuera de este territorio tribal solo hay enemigos, otros a los que combatir” (p. 53). Las fake news no son simplemente noticias falsas, sino noticias que atacan la propia facticidad; no interesa comprobar su veracidad. Es un fenómeno que se da más en las derechas, afirma Han, aunque también ocurre en grupos concretos de izquierdas.

Escuchar al otro es un acto político en la medida en que integra a las personas en una comunidad y las capacita para el discurso. Pero en las “tribus” de la red solo se da la opción de escucharse a sí mismo y a los del propio grupo. Por ello, en la red los individuos disponen de información, pero es una información que desorienta y no proporciona conocimiento ni argumentos racionales; tampoco conduce al consenso en los desacuerdos, un aspecto fundamental para conseguir la cohesión social (p. 83).

A la verdadera democracia, concluye Han, le es inherente algo heroico. Requiere de aquellas personas que se atrevan a decir la verdad… Solo la libertad de decir la verdad (o las verdades con consenso, añadimos por nuestra parte) crea democracia.

La posverdad

Como explica el investigador americano Lee McIntyre, autor del libro que lleva ese título («Posverdad», publicado en 2018, luego traducido en Cátedra), es un fenómeno que se hizo popular en el mundo anglosajón cuando los diccionarios de la editorial Oxford consideraron este término como la palabra del año en 2016. Justo este año coincidía con la revelación de que la votación del referéndum del Brexit había estado plagada de noticias falsas, distribuidas a través de las redes sociales. Igualmente, coincidió con el ascenso al poder de Donald Trump, quien inauguró un estilo público lleno de afirmaciones que no se correspondían con los hechos.

https://www.pexels.com/search/fake%20news/

Los distintos diccionarios de las lenguas comienzan también a introducir este nuevo término con su definición. La que se incluye en el diccionario electrónico de la RAE dice así:

Posverdad (post-truth) 1. f. Distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales.

Es el intento intencionado de producir desinformación o deformación de la realidad para que el mensaje encaje con las opiniones de quienes las difunden. La correspondencia de las afirmaciones con los hechos ya no interesa. Los discursos son siempre interpretables, pero ahora se atiende a otra dimensión mayor: la falsificación.

La manipulación en la difusión de las noticias ha existido siempre, pero la dimensión actual y su repercusión es mucho mayor. Cuando Donald Trump y sus seguidores, señala McIntyre, mantenían que el cambio climático era un fraude inventado por el Gobierno chino para arruinar la economía de su país, hay otro aspecto implicado mucho más grave: “No se trata simplemente de que los que niegan el cambio climático no crean en los hechos, es que solo quieren aceptar aquellos hechos que justifiquen su ideología… Los negacionistas y otros ideólogos abrazan rutinamente un estándar de duda obscenamente alto respecto de los hechos que no quieren creer, junto con una credulidad completa hacia cualquier hecho que encaje con sus planes. El criterio principal que utilizan es el que favorece sus creencias preexistentes. Esto no supone el abandono de los hechos, sino una corrupción del proceso por el que estos hechos se reúnen de forma creíble y se usan de manera fiable para conformar las creencias que uno tiene sobre la realidad” (pp. 39-40).

Por tanto, lo que se observa es que los acontecimientos se conforman con el punto de vista político de quienes los afirman. La posverdad equivale así a una especie de supremacía ideológica a través de la cual sus practicantes tratan de obligar a sus seguidores a que crean en algo concreto, tanto si hay evidencia a favor como si no.

En el ámbito de la ciencia, se observa en el hecho de que los resultados científicos se cuestionan ahora abiertamente por personas inexpertas que discrepan de los científicos. Es el negacionismo científico expresado de forma sistemática. Ante esto, el científico a veces pregunta: “¿dónde está tu evidencia?”. Pero los negacionistas simplemente no responden.

El ejemplo más paradigmático de este negacionismo ha sido en los últimos años el tema del cambio climático. A pesar de la unanimidad de los científicos sobre el incremento de la temperatura global y sobre la constatación de que los humanos son la causa principal de que así sea, se ha convencido al público para que piense que existe una gran controversia científica sobre el asunto. En un análisis sobre ello en 2013, se comprobó en una muestra de 4000 artículos académicos que el 97% de los científicos corroboraban el cambio climático, frente al 27% de los adultos estadounidenses que no lo creían (la fuente fueron encuestas de opinión realizadas al respecto). Hay una divergencia entre lo que piensa la comunidad científica y lo que cree la ciudadanía. Es una duda que se ha fabricado en la opinión pública, señala McIntyre (p. 57), durante los últimos veinte años por quienes tienen un interés financiero en promoverla. Con todo, esta desinformación masiva no es nueva, tuvo su origen más evidente en el negacionismo sobre los efectos perjudiciales del tabaco en EEUU, extendido en los años cincuenta por las empresas del sector.

Las causas psicológicas de esta extensión de la desinformación parecen estar en lo que se conoce como “sesgo cognitivo”. Nos sentimos mejor pensando que somos inteligentes, que estamos bien informados y que somos personas capaces, más que pensando que no somos nada de eso. Y esta tendencia tiende a reforzarse y a convertirse en algo razonable, cuando estamos rodeados de otras personas que creen en lo mismo que nosotros. En el presente, esta tendencia se ha agrandado con la participación masiva de la ciudadanía en los distintos grupos en las redes sociales y con el debilitamiento de los medios de comunicación; algunos de ellos convertidos en eco de estos debates polarizados e incluso algunos de ellos meros transmisores de ciertas noticias falsas para atraer audiencia.

El coche como «derecho»

Unos meses antes de las últimas elecciones municipales, en un barrio de clase trabajadora de una de nuestras ciudades, un ciudadano se dirigía así a su alcaldesa en un acto de protesta porque estaban suprimiendo plazas de aparcamiento delante de unas escuelas para hacer la zona más accesible a los peatones; sobre todo a las familias con niños:

“En nuestra ciudad… las empresas se han ido deslocalizando y la gente para ir a trabajar tiene que coger el coche cada mañana, irse a los polígonos para trabajar porque las empresas se han marchado. Si nos quitan las plazas de aparcamiento… cómo van a ir las personas a trabajar. Pero no solamente a trabajar, cómo vas a irte de fin de semana, cómo vas a ir de vacaciones o cómo vas a llevar a tus hijos a la playa o al campo. Si nos tenemos que quedar en casa a lo largo de toda la vida porque nos eliminan las plazas de aparcamiento… el coche quedará reservado para las élites que tienen sus cocheras y que tienen sus chalets con plazas de aparcamiento. Y la clase media trabajadora, pues nos quedaremos en casa toda la vida. [Aplausos]”.

https://es.greenpeace.org/es/que-puedes-hacer-tu/consumo/movilidad/

En esta breve intervención, este ciudadano resume la historia de cualquier barrio obrero de nuestras ciudades en las que se encuentran coches aparcados en las calles porque la mayoría de sus bloques de protección oficial se edificaron en los años 50-70 cuando aún no se construían con aparcamientos. A partir de ese momento, esta clase trabajadora empezó a comprarse coches cuando los necesitaba para desplazarse a los nuevos polígonos. Y, a partir de aquí, se inició la costumbre de la movilidad en el fin de semana y en las vacaciones. A los pueblos llegaban también en verano las familias que se habían ido a trabajar a las ciudades. Lo novedoso era que llegaban con coches más modernos cuando a veces los del pueblo aún no los tenían, o solo tenían furgonetas de segunda mano para ir al campo; mucho menos para las vacaciones, concepto y costumbre que todavía no existía en el rural. El coche empezaba a ser un símbolo de progreso solamente para quienes se habían ido a trabajar a la ciudad. Posteriormente, en las décadas siguientes, estos pueblos se llenaron también de coches por todas partes. Aquí no era problema el aparcamiento.

La explicación del ciudadano anterior añade un argumento novedoso con el que se opone a la supresión de una serie de aparcamientos en su zona por razones medioambientales: la consideración del coche como un artefacto imprescindible en su vida (no solo como parte de la movilidad laboral, sino incluso en su tiempo libre) porque lo iguala socialmente con las clases medias y altas de la ciudad. Surge así la metáfora implícita del “coche privado como derecho”, identificando este objeto o artefacto como una categoría que debe ser preservada desde el ámbito legal.

El problema es que este supuesto derecho colisiona en el momento presente de las ciudades con el derecho a la salud por la contaminación excesiva del aire; en el caso concreto que nos ocupa, con el derecho de la infancia a tener entornos escolares libres de contaminación porque la hora de la entrada a los colegios suele coincidir con los picos de mayor densidad de tráfico.

Espacios verdes en Barcelona

En ese mismo acto de protesta, otro ciudadano continúa en la misma línea del anterior, incluso ya explicitando lo que venimos considerando como la metáfora del coche como derecho:

“No no no, los proyectos se diseñan, se consultan, se presentan, se aprueban y hay que hacer el menos daño posible, y hay que respetar todos los derechos y todos los intereses; y no se hace, no se hace. [Aplausos] […] Yo estoy de acuerdo con tu zona verde, pero tú tienes que estar de acuerdo con mis derechos”.

Cuando un derecho no se cumple, se produce un perjuicio para la persona que no lo recibe; es algo evidente y casi una opinión unánime en el campo de la educación o de la salud, por ejemplo. Este segundo ciudadano sigue considerando que tiene derecho a tener un coche y un aparcamiento público para estacionarlo, con lo cual quedan mermados sus derechos si el ayuntamiento se lo quita. Él lo califica como un “daño” recibido. Por ello justifica que las obras municipales tienen que diseñarse y hacerse solamente con el acuerdo ciudadano con una consulta previa. Acepta que se puedan hacer zonas verdes, pero siempre que no le quiten el espacio público que necesita para dejar su coche al que considera tiene derecho como ciudadano de esa ciudad.

Vemos así dónde radica el problema y el conflicto entre estos ciudadanos y su alcaldesa. Una alcaldesa a la que, según la normativa europea actual, se le obliga a reducir la contaminación de la ciudad en unos niveles concretos y en un plazo determinado. En consecuencia tiene que empezar a rediseñar la ciudad de otra forma para conseguir lo que se le exige desde Bruselas; de otra manera la ciudad será penalizada por ello. Sin embargo, si decide ir en contra de la concepción del coche como derecho de sus ciudadanos, también los de la clase trabajadora, esta no le votará en las siguientes elecciones. En su lugar, puede votar, por ejemplo, a los negacionistas del cambio climático, con lo cual en lugar de mejorar la contaminación en los años siguientes aún se podrá agravar más el problema.

En este punto, los lectores ya pueden advertir que el problema que estamos planteando con estos dos testimonios no es una narrativa inventada, sino algo que ha sucedido en varias ciudades españolas a lo largo del pasado año: donde el alcalde anterior había construido carriles bici ahora se quitan para volver a poner aparcamientos y poder llegar así más fácilmente al centro; donde se había diseñado un entorno escolar con zona verde, se deja tal cual para que sigan estacionados los coches; etc. No necesitamos decir dónde han sucedido todos estos ejemplos porque solo tenemos que seguir las noticias con cierta atención e ir poniendo el nombre en cada caso.

Son ciudadanos enfadados porque les han perjudicado en algo puntual. En algunos casos incluso pueden llegar a votar a quienes les ha dado por contradecir a los científicos, considerándolos una especie de agoreros de tiempos apocalípticos en el tema del cambio climático. Los datos empíricos que los científicos les aportan (más objetivos porque son ya abrumadores), no les interesan porque se han encerrado en su marco conceptual en el que creen está la única verdad.

En este contexto, no dudamos ya de que las democracias están en peligro porque empiezan a parecerse a las comunidades con ideas totalitarias. Se trata de sociedades en las que no se puede argumentar y contraargumentar con el fin de llegar a ciertas posiciones de consenso; tampoco se parte de evidencias científicas avaladas empíricamente en cada momento puntual y luego como un proceso continuo.

“Negacionismo climático” como estrategia comunicativa

El tema del conocido como “negacionismo climático” se viene estudiando ya desde diferentes ámbitos científicos. Uno de los posibles es el área del discurso al tratarse de un fenómeno ligado a la confrontación dialógica entre quienes se oponen a las evidencias experimentales que aportan los científicos en sus numerosos informes a lo largo de las últimas décadas. Hasta entonces la “verdad” de la comunidad científica había sido más o menos respetada, aunque se tuviera constancia de errores o de limitaciones en muchos campos del saber; a pesar de ello, el científico no era cuestionado, por lo menos abiertamente en público, como ha sucedido en los últimos años. Llevar el tema del cambio climático al campo de la confrontación comunicativa supone entrar en el esquema de la desacreditación de lo dicho por los científicos como adversarios del progreso y con ello la aceptación de que en este tipo de discurso aparezca la violencia verbal, la ridiculización y/o la demonización de los datos científicos, así como de los grupos ecologistas y de los grupos políticos que secundan sus informes.

Desde la perspectiva discursiva, uno de los autores que han estudiado el discurso negacionista ha sido el investigador valenciano Vicent Salvador, Catedrático de Filología Catalana en la Universitat Jaume I de Castellón, fallecido a principios del presente año.

Acceso a una imagen suya: https://www.youtube.com/watch?v=Hq1VAbb_4SM

En dos artículos de 2022 (referidos al final de este texto), señalaba tres estrategias utilizadas en los discursos negacionistas de la crisis climática:

La primera estrategia es la llamada coartada del escepticismo. Con ella, se defiende que la actitud escéptica ha sido el motor de los avances científicos, una filosofía ya defendida por Descartes y su duda metódica. Los negacionistas explícitos buscan contraejemplos o detectan anomalías puntuales en las teorías formuladas sobre el proceso del calentamiento global, también cuestionan aspectos parciales de las teorías, pero lo hacen sin molestarse en proponer teorías alternativas consistentes. Podríamos decir que critican lo que los científicos dicen, pero ellos no han investigado lo que critican. En términos jurídicos, afirma Vicent Salvador, lo que hacen es “invertir la carga de la prueba”, es decir, exigen a la otra parte que busque más datos para contraargumentarles.

La segunda estrategia consiste en la desacreditación y ridiculización tanto de los argumentos de la parte contraria como de las personas o colectivos que sustentan tales posiciones. Por ejemplo, la desacreditación de los grupos ecologistas, como tribus arrastradas por la moda, utópicos sin sentido y opuestos al progreso de la humanidad (ej. las críticas tan feroces a la joven activista Greta Thumberg). También aparece la mención a los científicos como grupos comprados por las industrias de las renovables o grupos que trabajan en instituciones académicas alejadas de los problemas de la gente; y la crítica a los grupos de izquierdas como utópicos, sin advertir que hasta hace bien poco la izquierda era muy poco ecologista, siguiendo así fielmente el pensamiento marxista del crecimiento infinito para el bien de las clases trabajadoras.

La tercera estrategia tiene que ver con argumentos falaces que se defienden desde grupos sociales que ven el negacionismo como un ejemplo más del deseo de transgredir las normas, del desahogo contra quien está en el poder y de la necesidad de liberarse personalmente como objetivo en sí mismo. Por tanto, estaríamos ante un caso más de comportamientos trasgresores de determinados grupos alternativos frente a las convenciones sociales; en este caso, han hecho del negacionismo climático su protesta y su desafío social; son los que tradicionalmente ha estudiado la Psicología social.

En una entrada anterior (http://www.dialogodesaberes.com/2023/08/hace-calor-como-toda-la-vida/), se ha hecho referencia a cómo en los últimos años en nuestro ámbito cultural ha aparecido un nuevo actor en esta estrategia negacionista: el partido de ultraderecha Vox que se ha unido a la estrategia comunicativa de desafiar abiertamente a la comunidad científica. En las pasadas elecciones aludían explícitamente a las posiciones de estos científicos como de “fanatismo climático”. Se trata de una estrategia que, como expone Salvador, es algo ya muy generalizado a nivel global: se puede rastrear ya en los diferentes partidos de ultraderecha. En este caso, Vox lo que está haciendo es simplemente copiar la estrategia que otros políticos similares han ensayado en sus respectivos países (Trump, Bolsonaro, entre otros).

Artículos citados:

Salvador, Vicent (2022a) “The social debate on energy sources”, en Discursive Approaches to Sociopolitical Polarization and Conflict. Eds. Laura Filardo-Llamas, Esperanza Morales-López y Alan Floyd, pp. 235-252. Londres: Routledge. https://www.routledge.com/Discursive-Approaches-to-Socio-political-Polarization-and-Conflict/Filardo-Llamas-Morales-Lopez-Floyd/p/book/9780367529253#

Salvador, Vicent (2022b) “Análisis del discurso y retórica constructivista. Una aplicación de la teorización francófona”. En Pujante, David y Alonso Prieto (eds.) Una retórica constructivista. Creación y análisis del discurso social, pp. 163-172. Castellón: Universitat Jaume I.


El momento presente y la incertidumbre

Las elecciones de 23 de julio son claves para observar desde los ámbitos científicos y académicos si la ciudadanía es consciente o no de la incertidumbre en la que estamos inmersos. Por un lado, hemos iniciado ya una crisis climática sin precedentes en la historia humana; por otro lado, nunca como hasta el presente se había cuestionado la autoridad de la ciencia, con partidos políticos de extrema derecha, y con medios de comunicación y divulgadores de fake news en las redes sociales que se atreven a deslegitimar a los científicos con términos como “fanáticos climáticos”. Es el «discurso de la desvergüenza», como lo denomina la investigadora austríaca Ruth Wodak. Las investigaciones científicas no son infalibles, pero es una de las pocas realidades que se consideran hoy objetivas y por ello han recibido el respaldo de miles de científicos, interconectados como nunca había sucedido en la historia humana.

El extractivismo infinito

Si las elecciones las gana el bloque de la derecha, con el peligro evidente de que sea Vox quien marque el rumbo en materia climática, o al menos que ralentice los cambios tan urgentes que necesitamos, no hay duda de que el futuro en la península puede entrar en una fase de no retorno: avance de la desertización ante las olas de calor y ante los fenómenos meteorológicos que se predicen más extremos. No es que el resto de partidos de la izquierda y de centro autonómicos sean completamente ecologistas (algunos de ellos también están cercanos a empresas bien contaminantes y destructivas del medioambiente), pero al menos escuchan más a la comunidad científica, y los movimientos sociales y ecologistas pueden hacerles más presión.

Por tanto, creemos que en materia climática sí que hay que pedirle a la ciudadanía española que se piense bien las consecuencias de su voto.

La clave está en la incertidumbre del presente: no sabemos bien si las predicciones serán mayores de lo que ya se vislumbran. Como indica el ecólogo Fernando Valladares: «Ya no está en juego nuestro bienestar, sino nuestra supervivencia» (1). No podemos dejar en manos de la “idiotez humana” el futuro de los niños y los jóvenes que están ahora creciendo.

El pensador francés Edgar Morin (2006, La identidad humana, cap. 3) explica la dualidad de la mente del homo sapiens/ demens:

“[E]l conocimiento humano ha corrido y sigue corriendo riesgos formidables de error y de ilusión… La fragilidad [de la conciencia] le hace estar sujeta a todos los errores posibles del conocimiento humano, agravados incluso porque la conciencia cree encontrar en sí misma la prueba de su verdad y se convence de su buena fe. De ahí las innumerables falsas conciencias y las tan villanas buenas conciencias que florecen en las mentes humanas”.

Cuando el error y la ilusión de esta mente humana sucede en un individuo concreto, el problema es individual y de su entorno familiar. El drama es mayor cuando se hace extensivo a una comunidad.

¿Qué soluciones propone Morin para superar como individuos y como grupos sociales esta debilidad de la conciencia humana? Lo explica bien en la siguiente cita:

“La conciencia controla el pensamiento y la inteligencia, pero necesita ser controlada por ellas. La conciencia necesita ser controlada e inspirada por la inteligencia, la cual necesita tomas de conciencia. De ahí las las múltiples dificultades para que emerja una conciencia lúcida”.

El colapso del desarrollo lineal

Para que el destino de la humanidad no sea tan incierto como predice la comunidad científica con la crisis climática en la que ya hemos entrado, la conciencia tiene que relacionarse continuamente con el pensamiento y la inteligencia. Por ello también necesitamos cultivar estas cualidades con nuevos conocimientos, contrastados continuamente con la ciencia y la experiencia humanas. Este objetivo está hoy al alcance de todos: libros, documentales de naturaleza, de historia, películas científicas, youtubers con argumentos sólidos, etc. No podemos dejar a los partidos políticos negacionistas y a las empresas de “desinformación” que se aprovechen de nuestra ignorancia.

«Inflar» el impuesto de patrimonio

Si de vez cuando atendemos al tema de los impuestos, nos podemos encontrar con noticias como la siguiente en la que es la ciudadanía quien intenta burlar la vigilancia de los recaudadores:

“Tapiar una terraza para ganarle metros a la casa… o construir una casa de campo en terreno rústico, y no declararlo, son algunos claros ejemplos de irregularidades urbanísticas que tiene sus efectos en la ficha catastral que debe responder fielmente a la descripción del activo. Detrás de esta actuación casi siempre está la picaresca para evitar el encarecimiento del recibo del Impuesto de Bienes Inmueble (IBI)l. En otros casos, se trata de un mero desconocimiento de la norma, ya que el titular debe proceder a presentar una declaración de alteración de inmueble” (https://cincodias.elpais.com/cincodias/2022/10/14/economia/1665768602_010284.html).

Pero también se puede leer en el mismo año esta desde la otra parte; esta vez es la administración de Hacienda que intenta defraudar al ciudadano:

“Hacienda admite que infla la valoración de las viviendas y obliga al contribuyente a pagar la reclamación. El Fisco reconoce que los valores de referencia en vigor desde enero suponen una subida artificial de los precios y, por lo tanto, de los impuestos a la vivienda. Con todo, exige al contribuyente que pague y eso sí, dice que puede recurrir, con el coste que supone” (4-5-2022, https://www.vozpopuli.com/economia_y_finanzas/hacienda-infla-valoracion-viviendas.html). Este segundo caso se refiere a la vivienda protegida; y es nada menos que la ministra de Hacienda la que reconoce el fraude.

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El credo capitalista

En otra entrada anterior, hemos abordado el tema del capitalismo desde la perspectiva de un historiador. Ahora lo hacemos desde la mirada de un filósofo. Se trata de Yuval Noah Harrari quien en 2013 publicó uno de sus libros más conocidos Sapiens, de animales a dioses, con el que va recorriendo la evolución de la especie humana desde los primeros vestigios hasta la actualidad. Es un libro bien documentado científicamente, pero de estilo divulgativo, por lo que es adecuado para el público general. En este blog, queremos destacar lo relativo al capitalismo y a la reflexión que hace de él, justo en el momento en que han empezado correr noticias de la quiebra de otro banco, esta vez uno de inversión en California. En fin, como tantas otras, noticias de la especulación financiera que no toca pies en la economía real.

Seleccionamos las siguientes ideas, a veces sintetizadas en su presentación.

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“Las condiciones son las que le hemos expuesto”. Un servicio con Mudanzas Coruña

El enunciado entrecomillado del título fue la respuesta a una clienta que se quejaba porque le estaban cobrando dos veces un servicio de transportes. Quien responde así parece sentirse seguro de que lo sucedido con esta queja no le va a repercutir para la pérdida de clientes. Con todo, ¿pueden las empresas medianas jugársela así cuando tienen tanta competencia de las empresas grandes? La próxima vez ¿habrá que recurrir al “Amazon” de turno?

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¿Es posible un mundo sin bancos?

Este es el título de un libro del economista social Joan Ramon Sanchis Palacio, catedrático de la Universidad de Valencia, publicado en 2016 por El Viejo Topo. Ya hemos mencionado a este investigador en otras entradas porque fue el perito que asesoró a la extinta Plataforma Queremos nuestra Caja en la defensa de la Caja Rural de Mota del Cuervo (luego entregada a Globalcaja por el Banco de España). (Véase al respecto: http://www.dialogodesaberes.com/2020/12/presentacion-y-debate-del-libro-sobre-la-caja-rural-de-mota-del-cuervo-iii/).

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