“… Nos encontramos en un momento único en la historia de la humanidad: estamos viviendo un gran cambio civilizatorio. Comenzamos a vislumbrar el inicio del agotamiento de los recursos energéticos y materiales, así como los primeros efectos del cambio climático y de la pérdida de la biodiversidad. En este contexto, mantener la espiral de producción y consumo propia del capitalismo no hará más que acelerar la crisis sistémica. Pero no solo está en profunda crisis la biosfera, sino también el capitalismo global, que está llegando a sus límites”.
Así comienza el informe anual de Ecologistas en acción, titulado “Caminar sobre el abismo de los límites” (2017, www.ecologistasenaccion.org); con la utilización del término léxico “abismo” revelan que algo serio está sucediendo en el planeta, pero aún lo es más que sigamos avanzando como si no pasara nada.
En esta entrada nos centramos en lo que expone este informe sobre la energía, pero el texto es muy completo y animamos a leerlo en su totalidad.
Los datos apuntan a que es posible que ya hayamos alcanzado el pico de extracción de todos los líquidos combustibles, y que las reservas de gas y carbón decaerán igualmente en breve. La reducción de los índices de consumo energético actuales y la transición hacia un modelo basado en las renovables son inevitables. No obstante, una sociedad 100% renovable será muy distinta a la actual, pues las prestaciones en potencia y versatilidad de estas fuentes son menores que las propias de los combustibles fósiles.
Desde 2005, la capacidad extractiva mundial de petróleo está estancada y es posible que en 2015 se haya alcanzado el pico de extracción de todos los líquidos combustibles. En las previsiones más optimistas esto sucederá en 2024.
Los picos de gas y del carbón tendrán patrones similares. El cénit del gas llegará entre el 2020 y 2039. Y en el caso del carbón entre el 2015 y 2040, aunque podría haber sucedido ya porque su extracción disminuye desde 2015.
Sin embargo, las energías renovables (incluyendo la biomasa) no son suficientes para mantener los niveles de consumo actuales y, con las tecnologías de que disponemos, probablemente no llegaríamos a alcanzar la mitad del consumo actual. Esto se debe a tres factores: el carácter poco concentrado de las renovables, las energías renovables son flujos (no se almacenan), proporcionan poca energía neta, y dependen de la minería y del procesado de multitud de compuestos que se realiza gracias a los fósiles. Probablemente, el futuro será de energías renovables explotadas con tecnologías más sencillas. Incluso se recuperarán máquinas que usen la energía mecánica del agua o del viento para realizar trabajos.
Ello nos muestra, continúa el informe, que el futuro será radicalmente distinto del presente.
Del mismo modo, el consumo de minerales desde el siglo XIX ha seguido también un crecimiento exponencial, llegando a una situación en la que la demanda es mucho mayor que la disponibilidad; por ejemplo, el pico del mercurio fue en 1962, el del titanio en 2014, el fósforo (usado en fertilizantes) será en 2031, el cobre en 2024, etc.
Gracias al desarrollo tecnológico, en la actualidad se siguen extrayendo minerales de forma eficiente, pero nos encontramos en una situación de dependencia mutua: no hay minerales sin energía, ni energía sin minerales. El desarrollo tecnológico depende de la disponibilidad de estos materiales finitos cada vez menos accesibles y cuya extracción requiere de una energía fósil también en declive. A esto se añaden los altos costes sociales y medioambientales de sistemas extractivos cada vez más nocivos y violentos con el entorno y las poblaciones implicadas.
Frente a este horizonte de escasez se han planteado algunas posibles soluciones: el reciclado de materiales ya utilizados (pero no es fácil, hoy la tasa de reciclado no alcanza el 1%). En el fósforo no es posible, y es esencial para la fertilización de la industria agroalimentaria. En otros se han conseguido mejores resultados, como en el plomo (el 50%), algo menor el aluminio y el hierro, y el cobre es del 25%. En algunos casos, se buscan sustitutos alternativos, pero no se ha alcanzado aún el sustituto óptimo; y para doce de ellos, entre los que están el cobre y el plomo, aún no hay ninguna alternativa.
El suelo y el agua son también recursos esenciales en peligro, no solo en cantidad sino también en calidad. El 20% de los acuíferos del mundo están sobreexplotados, y la erosión y el cambio climático están reduciendo de forma importante la disponibilidad de suelos fértiles. Dado que el 70% del agua se emplea en alimentación y estamos agotando los acuíferos, la producción de alimentos se verá irremediablemente comprometida. De nuevo, la crisis energética agravará previsiblemente los problemas derivados de la escasez de suelo y agua, dado que el modelo de producción agroindustrial es profundamente petro-dependiente (uso intensivo de maquinaria, pesticidas, abonos), y tanto la explotación de los acuíferos como los procesos de desalación requieren cantidades importantes de energía.
Al mismo tiempo, el agua también es necesaria para la producción energética: el 15% del consumo mundial de agua dulce se utilizó en la producción de energía, principalmente en la refrigeración de centrales térmicas de carbón y nucleares.
Los datos expuestos en el tema de la energía dibujan un panorama bastante claro; sin embargo, ni las mayorías sociales ni la mayor parte de las instituciones y organizaciones se hacen cargo cabalmente de la cuestión, pues continúan moviéndose dentro de un imaginario que elude las principales cuestiones planteadas, negando su alcance o dando por descontado que contaremos con soluciones para abordarlas sin modificar sustancialmente las formas de producción y organización social, lo que es altamente improbable.
En este sentido, algunas de las ideas fuerza que estructuran nuestra sociedad pueden ser calificadas como mitos, creencias falsas o limitaciones, que forman parte del paradigma de la Modernidad, construido en torno a un sujeto humano supuestamente racional y omnipotente ante la naturaleza, de la que se considera amo y señor, y ante la que sólo caben consideraciones de orden instrumental.
El mito del crecimiento, ligado estrechamente a los del desarrollo y el progreso, conjetura el núcleo de una concepción desarrollista que ignora la condición finita de nuestro mundo y, por tanto, no acepta la necesidad de adecuar las formas de producir a los límites biofísicos del planeta. Sólo considera el mundo mercantil, lo que tiene expresión monetaria. El instrumento fetiche que sintetiza esta concepción es el Producto Interior Bruto (PIB), la evolución de las magnitudes económicas. Se da por supuesto que no existe “progreso” social sin el aumento del PIB. Así se excluyen cuestiones esenciales para el sostenimiento de la vida y el bienestar de las personas, como las tareas del cuidado que son realizadas mayoritariamente por mujeres, la ayuda mutua o el voluntariado y tampoco se contabilizan los costes ambientales que acarrea el modelo de “desarrollo”.
El mito del tecno-optimismo sostiene que la ciencia y la tecnología serán capaces de resolver cualquiera de los problemas existentes o por producirse. Pero el sistema tecno-científico tiene límites: el primero es que ya se ha inventado lo que era “fácil” de inventar. Contra lo que podría parecer, el ritmo de las innovaciones es cada vez menor.
Pero, por encima de todo ello, los problemas de la civilización actual no son fundamentalmente de índole tecno-científica, sino política, económica y cultural, por lo que poco puede hacer la tecnología por resolverlos. […]
Parece que hay una solución que es la fusión de átomo, si no fuera por el peligro de «utilizar el hidrógeno» con fines bélicos y eso tendría más peligro que buenos resultados.
https://blogs.20minutos.es/la-energia-como-derecho/2016/10/31/la-fusion-nuclear-es-la-energia-del-futuro-y-siempre-lo-sera/