Las elecciones de 23 de julio son claves para observar desde los ámbitos científicos y académicos si la ciudadanía es consciente o no de la incertidumbre en la que estamos inmersos. Por un lado, hemos iniciado ya una crisis climática sin precedentes en la historia humana; por otro lado, nunca como hasta el presente se había cuestionado la autoridad de la ciencia, con partidos políticos de extrema derecha, y con medios de comunicación y divulgadores de fake news en las redes sociales que se atreven a deslegitimar a los científicos con términos como “fanáticos climáticos”. Es el «discurso de la desvergüenza», como lo denomina la investigadora austríaca Ruth Wodak. Las investigaciones científicas no son infalibles, pero es una de las pocas realidades que se consideran hoy objetivas y por ello han recibido el respaldo de miles de científicos, interconectados como nunca había sucedido en la historia humana.
Si las elecciones las gana el bloque de la derecha, con el peligro evidente de que sea Vox quien marque el rumbo en materia climática, o al menos que ralentice los cambios tan urgentes que necesitamos, no hay duda de que el futuro en la península puede entrar en una fase de no retorno: avance de la desertización ante las olas de calor y ante los fenómenos meteorológicos que se predicen más extremos. No es que el resto de partidos de la izquierda y de centro autonómicos sean completamente ecologistas (algunos de ellos también están cercanos a empresas bien contaminantes y destructivas del medioambiente), pero al menos escuchan más a la comunidad científica, y los movimientos sociales y ecologistas pueden hacerles más presión.
Por tanto, creemos que en materia climática sí que hay que pedirle a la ciudadanía española que se piense bien las consecuencias de su voto.
La clave está en la incertidumbre del presente: no sabemos bien si las predicciones serán mayores de lo que ya se vislumbran. Como indica el ecólogo Fernando Valladares: «Ya no está en juego nuestro bienestar, sino nuestra supervivencia» (1). No podemos dejar en manos de la “idiotez humana” el futuro de los niños y los jóvenes que están ahora creciendo.
El pensador francés Edgar Morin (2006, La identidad humana, cap. 3) explica la dualidad de la mente del homo sapiens/ demens:
“[E]l conocimiento humano ha corrido y sigue corriendo riesgos formidables de error y de ilusión… La fragilidad [de la conciencia] le hace estar sujeta a todos los errores posibles del conocimiento humano, agravados incluso porque la conciencia cree encontrar en sí misma la prueba de su verdad y se convence de su buena fe. De ahí las innumerables falsas conciencias y las tan villanas buenas conciencias que florecen en las mentes humanas”.
Cuando el error y la ilusión de esta mente humana sucede en un individuo concreto, el problema es individual y de su entorno familiar. El drama es mayor cuando se hace extensivo a una comunidad.
¿Qué soluciones propone Morin para superar como individuos y como grupos sociales esta debilidad de la conciencia humana? Lo explica bien en la siguiente cita:
“La conciencia controla el pensamiento y la inteligencia, pero necesita ser controlada por ellas. La conciencia necesita ser controlada e inspirada por la inteligencia, la cual necesita tomas de conciencia. De ahí las las múltiples dificultades para que emerja una conciencia lúcida”.
Para que el destino de la humanidad no sea tan incierto como predice la comunidad científica con la crisis climática en la que ya hemos entrado, la conciencia tiene que relacionarse continuamente con el pensamiento y la inteligencia. Por ello también necesitamos cultivar estas cualidades con nuevos conocimientos, contrastados continuamente con la ciencia y la experiencia humanas. Este objetivo está hoy al alcance de todos: libros, documentales de naturaleza, de historia, películas científicas, youtubers con argumentos sólidos, etc. No podemos dejar a los partidos políticos negacionistas y a las empresas de “desinformación” que se aprovechen de nuestra ignorancia.