Archivos mensuales: agosto 2024

EL DISCURSO SOCIAL Y EL PENSAMIENTO SOCIAL

Autor: David Pujante (Universidad de Valladolid)

Se suele decir que «el pensamiento social avanza» cuando nos encontramos con nuevos discursos de igualdad de la mujer, de la inclusión del colectivo LGTBIQ+, de sensibilidad con el ecosistema y preocupación por el calentamiento global; y se suele decir sin tener en cuenta un matiz importante en el que me gustaría incidir. Creo conveniente hacer una distinción entre pensamiento social y discurso social. Muchas veces se impone socialmente un discurso que sin embargo no se corresponde plenamente con el pensamiento social de esa misma sociedad. El pensamiento social, el que dicta los comportamientos ciudadanos, va siempre a remolque del discurso de avanzadilla. Podríamos decir que el discurso social, cuando es hijo del avance social, es hijo de la cabeza; mientras que el pensamiento social, muchas veces retardatario, anclado en morales viejas y creencias obsoletas, lo es del corazón. Porque en el corazón de los humanos anidan creencias, viejas rencillas, problemáticas no resueltas, que son la rémora que impide la luminosidad de los discursos de futuro, que muchas veces los hacen inservibles, los hacen fracasar.

Por tanto, el discurso social de avance, el que se impone en un tiempo y en un espacio determinado, y que nace del consenso de las fuerzas vivas de la sociedad; el que surge de un intento por hacer avanzar las sociedades y a los seres humanos; ese discurso que hacen y proponen las mentes más clara y con mayor visión de futuro; aunque convenza a la sociedad, sin embargo, se encuentra muy a menudo con el lastre del pensamiento social pretérito, todavía vigoroso en el interior de los individuos de la sociedad. Se crea así una lucha interna en el individuo, que se desparrama por toda la sociedad. Es por eso que se hace necesario un plan fuerte de enseñanza, que haga a los ciudadanos de esa sociedad estar a la altura de los discursos nuevos. El discurso que nos convence debe encarnarse, en un proceso de autoconvencimiento. Debemos llegar más lejos de lo que es la aceptación con la cabeza, hay que aceptarlo con el corazón, con las vísceras; tiene que ser carne de nuestra carne, tatuárnoslo en la frente como decálogo del vivir diario.

Pongamos el ejemplo del discurso feminista, que ha propiciado leyes de igualdad, de protección de la mujer y que nos obliga tanto al lenguaje inclusivo. Si escuchamos la televisión y a las ministras del actual gobierno de Sánchez; si atendemos a la intelectualidad, a las instituciones culturales; si vemos cómo se impone la paridad en los gobiernos, en las instituciones, en las comisiones de los tribunales universitarios de oposición o de contratación; si hoy todos decimos catedrática y médica, y amigos barra as; parece que, por fin, en este particular, nuestra sociedad está en un grado de avance. Sin embargo, se muestra un espejismo cuando vemos a diario, por los hechos que acontecen, que el pensamiento social no responde a ese discurso instalado en la sociedad (por imperativo legal, por los políticos en el poder, etc.) pero de manera superficial, sólo de boquilla, sin el calado real que hace que un discurso se asuma, se entrañe, se viva; que es la verdadera razón del discurso retórico con carácter persuasivo, el discurso que una sociedad acuerda como el que manifiesta su manera de entender el mundo, que manifiesta las bases del contrato de convivencia con los demás miembros sociales.

Si hablamos con casi la totalidad de los españoles, estarán de acuerdo en aceptar la igualdad entre mujeres y hombres, pero ¿cuántos hombres actúan en su casa así, compartiendo tareas domésticas por igual? Se habla de conciliar con el trabajo, pero esa conciliación siempre suele referirse a las mujeres trabajadoras.

Las víctimas mortales a causa de la violencia de género en España en lo que va de año hasta agosto de 2024 ascienden a 29, según el último balance de la Delegación del Gobierno contra la Violencia de Género. Este es el balance del pensamiento social y no del discurso social, que, como bien sabemos, es otro. Ese pensamiento social todavía se alimenta en sus cloacas de aquellos cuplés que decían: «Es mi hombre, si me pega me da igual es natural, / que me tenga siempre así, / porque así le quiero.» ¿Quién de mi edad no ha oído a alguna mujer, a alguna abuela, decir de su marido que era un santo porque jamás le había puesto la mano encima? Sin duda los que no llegaban a santos, sobre ser más en número, se deduce que habían atizado alguna que otra vez a sus mujeres.

Tenemos unas leyes que garantizan la igualdad en cuanto al matrimonio homosexual. Sin embargo, ¿cuántos profesores o profesoras universitarios gais, cuántos magistrados, cuantos deportistas (sobre todo de fútbol) se han casado, o lo dicen con la normalidad que ampara la ley? Hasta hace poco (e incluso ahora, según en qué medio se muevan los atañidos), manifestar una elección sexual por tu propio sexo había que declararlo dosificada y oportunamente si querías alcanzar ciertos cargos, en la empresa, en la universidad, quizás menos en la política (en este caso podría dar votos).

Todos son ejemplos de una evidente falta de sincronización entre el discurso social y el pensamiento social, como en las películas en las que la imagen va por un lado y la voz por otro. Hacer ingenuamente un binomio de igualdad es un error grave.

Históricamente tenemos el caso de los avances sociales de la Segunda República en España. El voto de las mujeres, el divorcio, una serie de avances sociales y políticos nos convirtieron en la vanguardia social de Europa, en apariencia, sólo en apariencia, porque la realidad social española mostró que todavía éramos un pueblo incivil, ignorante, de comportamiento troglodita.

Mientras no seamos conscientes de que el discurso social tiene que coincidir con el pensamiento social, asumido y respetado (como acuerdo social que es) por todos los miembros de la sociedad, nos encontraremos en el conflicto.

Hay un precioso ejemplo de discursos enfrentados, en el tradicional terreno de la superioridad del varón con respecto a la hembra, que aparece en La gitanilla de Cervantes. ¡Una novela de principios del siglo XVII! Recordemos que un joven de buena posición social se enamora de la gitana Preciosa y decide vivir entre los gitanos y acatar sus normas de vida. En un momento determinado, un gitano viejo le hace relación del modo de vida y de las costumbres y leyes de la gitanería, y comenta así las relaciones maritales:

«Entre nosotros, aunque hay muchos incestos, no hay ningún adulterio; y, cuando le hay en la mujer propia, o alguna bellaquería en la amiga, no vamos a la justicia a pedir castigo: nosotros somos los jueces y los verdugos de nuestras esposas o amigas; con la misma facilidad las matamos, y las enterramos por las montañas y desiertos, como si fueran animales nocivos; no hay pariente que las vengue, ni padres que nos pidan su muerte. Con este temor y miedo ellas procuran ser castas, y nosotros, como ya he dicho, vivimos seguros.»

Pero después, a este discurso del proceder propio de la sociedad gitana, curiosamente Preciosa contesta con este otro:

«yo no me rijo por la bárbara e insolente licencia que estos mis parientes se han tomado de dejar las mujeres, o castigarlas, cuando se les antoja; y, como yo no pienso hacer cosa que llame al castigo, no quiero tomar compañía que por su gusto me deseche.»

Para Preciosa el discurso social de la sociedad gitana, que coincide con el pensamiento social de los gitanos, no es válido. Su discurso, es decir, la manifestación de su manera de ver el mundo, no coincide con ese pensamiento generalizado, sino con un comportamiento que muestra a la mujer libre y no sometida a leyes varoniles, a yugos de desigualdad de género. Así suele concebir Cervantes a sus personajes, libres frente a leyes coercitivas.

Es, por tanto, importante matizar que ciertos discursos socialmente imperantes (en leyes y medios de comunicación) no coinciden con el pensamiento de grupos o individuos de esa sociedad. Grupos que en ocasiones son muy grandes. Son discursos de consensos realizados en falso, si el grupo social que piensa de otra manera es grande y no lo respalda con su compromiso y sus actos.

Estos desequilibrios entre discurso imperante y pensamiento subyacente son la base de conflictos sociales que se enconan y que sólo pueden sorprender a los incautos que confunden leyes avanzadas en una sociedad con sus comportamientos sociales. La creación discursiva de una manera nueva, mejor, más avanzada, más civilizada de entender el mundo tiene que consonar con la enseñanza de los principios ciudadanos que propugnan esos discursos. Mientras no tengamos un pensamiento social a la altura de sus discursos sociales no tendremos resuelto el problema que se manifiesta a diario en las calles y en las casas de tantos ciudadanos y que nos participan a la hora de comer o cenar, para nuestra indigestión, los telediarios o cualquier otro medio de comunicación.

David Pujante es también autor de otro libro más reciente, publicado por Ariel, 2024.