La era de la información digital masiva

Una característica del capitalismo presente que destacan pensadores diversos es la de considerar a las personas como consumidores de los que es necesario obtener datos de su perfil o perfiles a través de su comunicación en las redes sociales. El móvil, como principal prototipo de este “régimen de la información”, como indica el filósofo Han (en su libro Infocracia, 2021, traducido en Taurus), deviene el principal instrumento de la vigilancia que se ejerce a los individuos, pero se realiza con total libertad. Con el smartphone nos hacemos transparentes y aportamos datos que luego recogen los algoritmos de las grandes empresas de datos para sus fines comerciales.

Es una dominación, como las anteriores, pero en esta última los individuos se sienten libres, a pesar de que se agrupan en comunidades en los que los líderes son los influencers que han interiorizado estas técnicas neoliberales de recogida de datos. Destacan, prosigue Han, los influencers de viajes, de belleza, de fitness que invocan sin cesar la libertad, la creatividad y la autenticidad. Y nos proponen a ellos mismos como modelos a seguir, y con ello el consumo de determinados productos, al mismo tiempo que conseguimos una identidad determinada con ese estilo de consumo.

Lo decisivo de este capitalismo es la posesión de la información que aportan los usuarios de las redes con el fin de elaborar continuamente perfiles de comportamiento. Con ellos, intentan luego influir en ellos de forma inconsciente, por medio de la publicidad fragmentada según los tipos de perfiles que realizan los algoritmos.

Otro aspecto que destacan Han de los medios digitales es que son rizomáticos, es decir no tienen un centro de difusión. La esfera pública se desintegra en espacios privados centrados en objetivos concretos. La atención ahora no se centra en temas comunes compartidos por resto de la sociedad, sino en informaciones puntuales que pasan continuamente, de forma acelerada y fragmentada. No son relatos de hechos que crean continuidad temporal, sino secuencias de información que pueden reflejar comportamiento inteligente para resolver cuestiones puntuales a corto plazo, pero no producen comportamiento racional.

En la comunicación digital predomina por ello la comunicación afectiva, basada en las emociones. En ella no prevalecen los mejores argumentos, sino la información “con mayor potencial de excitación” (Han, p. 35), como los fake news. Un ejemplo de ello ha sido el expresidente Trump. Actúa como un algoritmo completamente oportunista, guiado solo por las reacciones del público. No le preocupa ofrecer una buena imagen como político, porque está dirigiendo una implacable guerra de información.

A este tipo de comportamiento, Han lo denomina infocracia. La verdad y la veracidad ya no importan. Con ello, la democracia se hunde en una jungla impenetrable de información (p. 41).

La atomización de la información nos hace prescindir de la voz del otro y con ello surge la pérdida de la empatía. Los individuos se aferran desesperadamente a sus opiniones porque de lo contrario ven amenazada su identidad. Esto complica la comunicación orientada al conocimiento porque la red resulta “tribalizada” en grupos incomunicados y con identidad propia. En ellos se extienden también las teorías de la conspiración, con la difusión de información que no se corresponde con los hechos, porque abandonar las convicciones propias implica la pérdida de la identidad, algo que debe evitarse a toda costa: “Fuera de este territorio tribal solo hay enemigos, otros a los que combatir” (p. 53). Las fake news no son simplemente noticias falsas, sino noticias que atacan la propia facticidad; no interesa comprobar su veracidad. Es un fenómeno que se da más en las derechas, afirma Han, aunque también ocurre en grupos concretos de izquierdas.

Escuchar al otro es un acto político en la medida en que integra a las personas en una comunidad y las capacita para el discurso. Pero en las “tribus” de la red solo se da la opción de escucharse a sí mismo y a los del propio grupo. Por ello, en la red los individuos disponen de información, pero es una información que desorienta y no proporciona conocimiento ni argumentos racionales; tampoco conduce al consenso en los desacuerdos, un aspecto fundamental para conseguir la cohesión social (p. 83).

A la verdadera democracia, concluye Han, le es inherente algo heroico. Requiere de aquellas personas que se atrevan a decir la verdad… Solo la libertad de decir la verdad (o las verdades con consenso, añadimos por nuestra parte) crea democracia.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *